Discurso de SS Benedicto XVI
Al
Movimiento "Familias Nuevas"
03/11/2007
Queridos
hermanos y hermanas:
Bienvenidos
y gracias por vuestra visita. Provenís de los cinco continentes y pertenecéis al
Movimiento Familias Nuevas, nacido hace 40 años en el ámbito del
Movimiento de los Focolares. Por tanto, sois una ramificación de los
Focolares, y hoy formáis una red de 800.000 familias que actúan en 182
naciones, todas comprometidas a hacer de su casa un "hogar" que irradie en el
mundo el testimonio de una vida familiar centrada en el Evangelio.
A
cada uno de vosotros mi más cordial saludo, que se extiende también a todos los
que han querido acompañaros a este encuentro. De modo particular, saludo a
vuestros responsables centrales, que se han hecho intérpretes de los
sentimientos comunes y me han ilustrado el estilo con el que trabaja y los
objetivos de vuestro Movimiento. Agradezco el saludo que me han transmitido de
parte de Chiara Lubich, a la que envío de corazón mi saludo y mis mejores
deseos, dándole las gracias porque, con sabiduría y firme adhesión a
la Iglesia,
sigue guiando a la gran familia de los Focolares.
Como
nos acaban de recordar, es precisamente en el ámbito de esta vasta y benemérita
institución donde vosotras, queridas parejas de esposos, os ponéis al servicio
del mundo de las familias con una acción pastoral importante y siempre actual,
orientada según cuatro directrices: la espiritualidad, la educación, la
sociabilidad y la solidaridad. En efecto, vuestro compromiso de evangelización
es silencioso y profundo, orientado a testimoniar que sólo la unidad familiar,
don de Dios-Amor, puede transformar la familia en un verdadero nido de amor, una
casa acogedora de la vida y una escuela de virtudes y de valores cristianos para
los hijos.
Ante
los numerosos desafíos sociales y económicos, culturales y religiosos que la
sociedad contemporánea debe afrontar en todas las partes del mundo, vuestra
obra, verdaderamente providencial, constituye un signo de esperanza y un aliento
a las familias cristianas para ser "espacio" privilegiado donde se proclame en
la vida de cada día, incluso en medio de muchas dificultades, la belleza de
poner en el centro a Jesucristo y de seguir fielmente su Evangelio.
El
tema mismo de vuestro encuentro —"Una casa construida sobre roca: el
Evangelio vivido, respuesta a los problemas de la familia hoy"— pone de relieve
la importancia de este itinerario ascético y pastoral. El secreto es
precisamente vivir el Evangelio. Por tanto, en los trabajos de vuestras
asambleas durante estos días, además de las contribuciones que ilustran la
situación en que se encuentra hoy la familia en los diversos contextos
culturales, habéis previsto con razón la profundización de la palabra de Dios y
la escucha de testimonios que muestran cómo el Espíritu Santo actúa
en los corazones y en la vida familiar,
incluso en situaciones complejas y difíciles.
Basta
pensar en la incertidumbre de los novios ante opciones definitivas para el
futuro, en la crisis de las parejas, en las separaciones y en los divorcios, así
como en las uniones irregulares, en la condición de las viudas, en las familias
que se encuentran en dificultades, en la acogida de los menores abandonados.
Deseo de corazón que, también gracias a vuestro compromiso, se descubran
estrategias pastorales que permitan salir al encuentro de las crecientes
necesidades de la familia contemporánea y de los múltiples desafíos que debe
afrontar, para que pueda cumplir su misión peculiar en la Iglesia y en la sociedad.
Al
respecto, en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles
laici,
mi
venerado y amado predecesor Juan Pablo II escribió: "La Iglesia sostiene que el
matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de
los fieles laicos" (n. 40). Para cumplir su vocación, la familia, consciente de
que es la célula primaria de la sociedad, no debe olvidar que puede sacar fuerza
de la gracia de un sacramento, querido por Cristo para corroborar el amor entre
el hombre y la mujer: un amor entendido como una entrega recíproca y
profunda.
Como
afirmó también Juan Pablo II, "la familia recibe la misión de custodiar, revelar
y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por
la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa" (Familiaris
consortio,
17). Así pues, según el proyecto divino, la familia es un lugar sagrado y
santificador, y la
Iglesia, desde siempre cercana a ella, la sostiene en su misión
hoy más aún, puesto que son numerosas las amenazas que se ciernen sobre ella
tanto desde el interior como desde el exterior.
Para
no ceder al desaliento hace falta la ayuda divina; por eso, es necesario que
todas las familias cristianas miren con confianza a la Sagrada Familia, la original
"iglesia doméstica" en la que "por misterioso designio de Dios vivió escondido
largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las
familias cristianas" (ib., 45).
Queridos
hermanos y hermanas, la humilde y santa Familia de Nazaret, icono y modelo de
toda familia humana, os dará su apoyo celestial. Pero es indispensable que
recurráis constantemente a la oración, a la escucha de la palabra de Dios y a
una intensa vida sacramental, junto con un esfuerzo continuo por vivir el
mandamiento de Cristo del amor y del perdón. El amor no busca su interés, no
toma en cuenta el mal recibido, sino que se alegra con la verdad. El amor
"todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (cf. 1 Co
13, 5-7).
Queridos
hermanos y hermanas, proseguid vuestro camino y sed testigos de este Amor, que
os transformará cada vez más en "corazón" y "levadura" de todo el Movimiento
Familias Nuevas. Os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de
vosotros, por vuestras actividades y por cuantos encontréis en vuestro
apostolado, y con afecto os imparto ahora a todos la bendición apostólica.
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